La flor favorita, la predilecta, la de siempre...todos posaron una sobre su nombre, como les había dicho. Ahora lo único que quedaba por hacer era irse, sin decir más; tal vez era un acto cruel, pero considerándolo bien, era justo y lo que correspondía. Posiblemente, ese pedido fue el más inocente y sincero que hizo. Nadie podría volver a quejarse, obviar y hacer observaciones; al fin y al cabo, logró lo que se propuso.
Esa flor le recordaba a las mañanas frías antes de salir, a la neblina, las gotas de rocío sobre las hojas de las plantas, el pan que desayunaba, la espuma del jugo, el pelo de su abuela, la tez de su abuelo y a los rulos de su perrita; todos blancos. A pesar de ser una flor parecida al cartucho, tenía una peculiaridad, era la más delicada y hermosa que había visto en su vida. Pocos entenderían qué sintió.
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